martes, noviembre 14, 2006

Mandrake El Mago



No estoy en disposición de rebatir la tesis del último premio Pulitzer, Michael Chabon, respecto a la influencia de Henry Houdini en la creación de los superhéroes de los comic-books, pero sin duda fue una inspiración capital (junto con otros populares ilusionistas de una época de ilusiones) para que un jovencísimo Lee Falk presentara a quien es quizá el primer héroe con superpoderes del medio, aun sin llegar a ser jamás un superhombre al uso: el inquietante y divertido mago Mandrake.

Lee Falk (el "Lee" más importante y mejor de la historia de los cómics) apenas tenía veinte años cuando presentó a la King Features Syndicate varias semanas del personaje, dibujadas por él mismo. Universitario de sólida formación teatral y radiofónica (además de indispensable guionista histórico, Falk llegaría a ser productor y director de centenares de obras de teatro, y naturalmente autor de otro título clave de la historieta, The Phantom), enseguida dejaría la labor artística al veterano Phil Davis, y entre ambos explorarían las fronteras de la realidad y la ficción de la mano de su poderoso personaje.
Mandrake ("Mandrágora", aunque las primeras ediciones en España lo rebautizaron "Merlín") toma su nombre de un poema de John Donne, adquiere el físico característico de los magos teatrales y los latin lovers de los años treinta, y -como todos los personajes del cómic- la vestimenta sempiterna del frac y el sombrero de copa de una profesión que, por lo demás, apenas ejerce. Héroe misterioso educado en artes arcanas, tiene como sidekick a un gigantesco servidor negro, revelado luego como príncipe africano, Lothar, quien con el paso de los años adquiriría el inevitable coprotagonismo que le correspondía. El triángulo aventurero se cierra con la bella y desvalida princesa Narda, surgida a partes iguales de las películas de Theda Bara y los cuentos de las mil y una noches.
Mandrake divide sus aventuras entre casos misteriosos y enigmas policiacos (que con el paso de los años se adueñarían de los destinos de la strip), y un divertido vagabundeo por el mundo, mostrado aquí como sucesión de reinos de opereta, exotismo arábigo y con algunas influencias de Jonathan Swift, momias y hombres-lobo, tumbas profanadas y dinosaurios inevitables, magos malvados como El Cobra (que fue su propio maestro), mundos fantásticos con abundantes dosis de erotismo en los serrallos y despendolados pases de birlibirloque por parte del héroe, desarmado siempre.

Mefistofélico y hierático, sin despeinarse jamás el negrísimo cabello engominado, sólo alzando la ceja y atusándose el bigote con el esperado gesto teatral, Mandrake usaría sus poderes para romper de continuo la barrera entre realidad y ficción, para volar, levitar, hacer volar y hacer levitar a sus enemigos, cambiarles el rostro, volverlos invisibles, convertirlos en animales, trocar materiales en oro, empequeñecer a gigantes, doblar lanzas y espadas, desviar disparos, cualquier cosa que sorprendiera tanto al lector como a los desvalidos contrincantes del mago. La fantasía desbordada (magníficamente ejemplificada en las páginas dominicales, donde el lucimiento del artista resulta patente) es la característica principal del personaje, un divertido ritual de efectos especiales dibujados que no podían verse todavía en las pantallas y que conseguían un impresionante efecto transgresor.
Por desgracia, toda la fantasía desbordada de los poderes del mago en acción, su no sometimiento a las reglas de la naturaleza, se iría diluyendo con el paso de las décadas, hasta dejar reducidos los poderes cuasidivinos de Mandrake al uso de hiponosis pura y simple (explicación que, naturalmente, no explica ni la décima parte de las habilidades mostradas por el personaje durante sus años de exotismo). La muerte de Phil Davis y su breve sustitución por su propia esposa primero y por Fred Fredericks más tarde fue convirtiendo a Mandrake en un detective de aspecto algo ridículo, con aventuras caseras en los años sesenta y más tarde con un acercamiento al jamesbondismo al que no pudieron escapar muchos de los grandes personajes clásicos de prensa.
Mandrake queda pues como título característico e imprescindible de los tiempos en que los cómics podían diversificarse y explorar conceptos y estirar a placer sus argumentos, cuando a nadie se le ocurría poner trabas a la fantasía, pues por propia definición ésta es incontenible. Basta un pase mesmérico y un chasquear de dedos para demostrarlo.

Por Rafael Marin
Extraido De:http://www.bibliopolis.org/umbrales/umbr0054.htm

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